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Sentimientos del niño enfermo

Es común que para proteger a sus padres los niños no les demuestren cuánto saben sobre su enfermedad. Los niños que son conscientes de su diagnóstico y que reconocen que sus padres no quieren que ellos lo sepan, son los que más solos se sienten ya que no encuentran en ellos la posibilidad de expresar abiertamente sus temores.

A medida que los chicos crecen, crece también su capacidad de comprensión. Con esa capacidad de comprender más sobre la vida, que cambia constantemente, llega el deseo de saber más sobre su enfermedad. Hablar con el niño una sola vez sobre la enfermedad no es suficiente. Debería haber una permanente actualización de la información a medida que el nivel de entendimiento del niño avanza.

Muchos oncólogos pediatras les hablan a los padres en presencia del niño en un lenguaje comprensible para él. Si el niño participa de las decisiones respecto a su enfermedad, si su conocimiento es actual y su comprensión es precisa, es más probable que colabore con su tratamiento.

Es importante habilitarle el espacio para poder expresar lo que siente y validar que pueda estar enojado, triste, irritable, introspectivo o cualquier otra manifestación de sus emociones internas.

El niño más pequeño

La internación puede ser una experiencia traumática para un bebé, un niño de 2, 3 ó 4 años, especialmente si debe separarse de los padres por algunas circunstancias, ya que depende de ellos para su sostén emocional y social. A menudo los niños sufren regresiones en su desarrollo durante la internación. En niños menores a 5 años se ha demostrado que el miedo a la separación, al abandono y a la soledad son más profundos cuando atraviesan una enfermedad.

El niño más grande

La niñez es un proceso hacia la independencia que se ve amenazado por la internación. El niño al que se le ha dado una explicación a un nivel que él puede comprender, generalmente entiende y acepta que las continuas visitas al consultorio y al hospital son necesarias para mantener su salud. Puede que sea muy cooperativo a pesar del freno que se le pone a su independencia. Cuando ya es lo suficientemente grande como para comprender las implicancias de su enfermedad y no se le explica claramente el proceso de tratamiento, puede volverse rebelde.

Estudios recientes de niños enfermos de cáncer de esas edades revelan que, a pesar del esfuerzo hecho por los padres y el personal médico para evitar que el niño sepa su diagnóstico, él de algún modo presiente que su enfermedad es grave y fuera de lo común. Esperan que los adultos les demuestren que están listos para enfrentar y escuchar sus preocupaciones.

Entre los 5 y los 10 años, los niños tienen miedos relacionados a las heridas físicas y al daño corporal. El miedo al abandono es reemplazado por el miedo al daño corporal y posiblemente por la concientización de su propia muerte.

Los niños menores de 10 años no suelen hacer preguntas directas. La ausencia de manifestación de angustia no significa que no haya preocupación. Mientras que algunos pueden hablar y preguntar más libremente, la mayoría no puede expresar sus sentimientos abiertamente o los ocultan, y por lo tanto se cree a menudo que no están angustiados por el tema, confundiendo la falta de expresión con que no sienten miedo.